Hablar de “
sexo”y “
vampiros” puede sonar redundante, ya que el imaginario popular asocia casi inevitablemente el
sexo con el
vampirismo. En otros artículos ya intentamos, con poco éxito, por cierto, enfocarnos en los símbolos clásicos detrás de la figura del
vampiro, tales como el
mito de la vagina dentada,
súcubos, íncubos, y demás
vampiros sexuales. Hoy intentaremos centrarnos en las
leyendas más puras de Europa, las cuales, afortunadamente, se han conservado al márgen de la contaminación estética sugerida por Hollywood.
Los
vampiros, como cualquier otra manifestación de la
no-muerte dentro de las
leyendas populares, son seres con una intensa voluntad
sexual; la cual no siempre es manifestada mediante una búsqueda de saciedad erótica. Es decir, casi todas las actividades asociadas a los
vampiros poseen un simbolismo fuertemente
sexual, virtud que les ha valido una permanencia incuestionable en las
leyendas modernas, dejando detrás de sí, una hueste innumerable de seres míticos olvidados.
Colmillos.
Curiosamente, los famosos colmillos que todos imaginamos cuando pensamos en
vampiros, son de invención tardía, y puramente literaria. Estéticamente, son parte inseparable de la iconografía
vampírica, pero pensando en términos más funcionales, los colmillos afilados son absolutamente inadecuados para la función que se les atribuye.
La primera aparición de los colmillos asociados a la figura del
vampiro proviene de la novela
Varney, el Vampiro, publicada en 1840. Antes de aquella intrusión estética, los
mitos populares aseguraban que los
vampiros tenían dos métodos de alimentación, ambos asociados al
sexo, pero en las antípodas de la seducción.
Seducción.
El
vampiro literario seduce, somete, y luego se alimenta. El orden es más o menos el mismo en toda la
literatura vampírica; y allí reside la fórmula de su éxito. El
vampiro masculino somete de tal manera a sus víctimas, que casi siempre da la impresión de que son ellas las que finalmente se entregan. Nunca hay violencia, ni asaltos en contra de la voluntad de la víctima, sino una especie de danza de seducción que finalmente acabará con una entrega total. Aquí encontramos el primer
símbolo sexual en la cultura
vampírica: el sometimiento.
El abandono absoluto de la mujer ante los embates persuasivos del
vampiro debe verse como una máscara del
sexo. Entregar la propia vida es una especie de sublimación del
acto sexual, especialmente dentro de esa inabarcable abstracción que es la mente femenina. Nos explicamos:
La cuestión es sencilla y efectiva dentro del simbolismo, pero pueril y abstrusa cuando tratamos de conceptualizarla; en todo caso, el símbolo puede reducirse a la siguiente fórmula: en el acto sexual, es la mujer la que se abandona, no hablamos aquí de sometimiento, sino de abandono, de confianza. La mujer que se entrega sexualmente está otorgando un don, permite al hombre acceder a las delicias de su cuerpo sin ofrecer resistencia, siempre y cuando el hombre haya cumplido ciertos pasos relacionados al cortejo, el cual es, el hombre, sinónimo de “conquista”, y para la mujer de “descubrimiento”. El hombre busca conquistar, busca someter, doblegar las resistencias femeninas. El
vampiro, como espejo del hombre, actúa de la misma manera: se alimenta de la víctima sólo cuando ésta yace subyugada ante él.
Nada de Seducción.
Pero los
mitos europeos sobre vampiros son menos fáciles de reducir a simples analogías. Los
vampiros del
mito son sanguinarios, insaciables, monstruosos, y para nada seductores.
El
sexo sigue siendo un móvil central de la
leyenda, pero sus símbolos son menos comparables con nuestro comportamiento durante el cortejo. Veamos porqué:
En primer lugar, los
vampiros poseían dos herramientas con las cuales se alimentaban: la principal era una especie de aguijón situado debajo de la lengua, o en algunas variantes de la
leyenda, parte integral de la lengua. En segundo lugar, los
vampiros poseían dos pequeños y agudos incisivos, unidos en la parte frontal de la boca, y cuya función consistía en penetrar la piel de la víctima en una superficie abarcable para la succión posterior. Al contrario de los colmillos literarios, los incisivos de la
leyenda permitían al
vampiro, al menos en teoría, abarcar con la boca la superficie lacerada, facilitando no sólo la succión, sino la reapertura de las heridas sin apartar los labios de la fuente de alimentación.
¿Pero porqué eran necesarias dos herramientas, cuando con una bastaba para alimentarse? Bien, la respuesta es sencilla: los
mitos son complicados, y es en esa complicación donde reside parte de su belleza.
El aguijón debajo de la lengua tenía dos funciones; desgarrar la piel y el músculo de la víctima, ya que los
vampiros de la tradición no sólo sacian su apetito con sangre. El
aspecto sexual del aguijón reside en la zona en la que éste era utilizado. Los
vampiros masculinos, acaso los únicos que menciona la tradición, gustaban de las piernas femeninas, especialmente de la zona interna de los muslos. Es preciso aclarar que nunca se habla de penetración en este tipo de relatos populares, aunque es evidente cual es el mensaje que intentaban transmitir: la imágen de un ser grotesco salido de la tumba, aferrado a un delicado cuerpo femenino, desgarrando una zona cercana a los genitales con un aguijón, es bastante más efectivo en términos literarios que hablar directamente de penetración.
De las Curiosidades del Sexo.
El enemigo más conocido de los
vampiros es, indudablemente, el ajo. Curiosamente, la tradición del uso de ajo en contra de los
vampiros tiene un carácter intensamente
sexual. Volvemos a explicarnos (o a intentarlo):
Las primeras menciones al ajo como remedio
anti-
vampiros datan de la edad media. Se colocaban en puertas y ventanas, es decir, en aquellos lugares por los cuales se espera una intrusión en el hogar. Ahora bien, el ajo no podía ser colocado arbitrariamente: la tarea era ejercida por la mujer fértil más anciana del hogar (la cual, generalmente, no superaba los 35 años) durante el período de menstruación.
Hoy sabemos que cuando varias mujeres fértiles conviven en el mismo hogar, sus ciclos menstruales tienden a unificarse, es decir, con el tiempo, comienzan a sincronizar sus períodos unas con otras; razón por la cual, hoy podemos entender que la utilización del ajo tenía como finalidad aplacar el aroma femenino, el cual; según una doble lectura del
mito, actuaba como una especie de
afrodisíaco irresistible para los vampiros, o para aquellos que se hacían pasar por
vampiros.
Ya hemos tocado, en nuestro olvidable
Razas de Vampiros, muchos de los
símbolos sexuales asociados al
vampirismo, por lo que preferimos no caer una redundancia descarada. Razón por la cual, daremos cuenta de algunas referencias curiosas dentro de ese vasto e inestimable corpus llamado
La Rama Dorada:
Cierto
vampiro de Bavaria posee, como muchos de nosotros, la saludable tradición de masturbarse. Ahora bien, esto no se traduce en un problema, aún cuando la solitaria actividad se llevase a cabo dentro de un ataúd, el problema consiste en que este
vampiro se provoca una erección sólo para pasar a devorar su propio miembro, hábito que no recomendamos al lector curioso.
En ciertas zonas de Valaquia, se adoptaba un curioso método para ahuyentar a un
vampiro lujurioso, aunque su ejecución sólo podía realizarla una mujer, como ya veremos. Al parecer, las damas de aquellos rústicos parajes, eran educadas en el uso de sus propias vaginas como método repelente. Según afirma
Frazer, los
vampiros de Valaquia huyen espantados ante la visión del
sexo femenino, e incluso, el compilador agrega que cuanto más velluda sea la mujer, existen mayores posibilidades de ahuyentar a la pérfida bestia.
Situación diferente se daba en la Galia Sisalpina, en dónde los
vampiros temían la visión de las dotes viriles de los mancebos; aunque suponemos que el rumor nace de la soberbia de los propios mancebos de aquella zona.
Los
vampiros son y serán símbolos del
sexo, cada época los ha investido de distintos matices, pero detrás de esa vestimenta se esconde un sólo ícono, un espejo en el cual podemos, en ocasiones, reflejarnos.